Un día cualquiera en una fábrica del distrito de Tamil-Nadu, al sur de India, la región del país capitalista con mayor concentración de mano de obra infantil del planeta. En la línea de montaje trabaja Laksha, un niño de 11 años que cumple hoy su segundo año como empleado de una de las muchas fábricas subcontratadas por multinacionales, en este caso Apple.
La jornada transcurre con total normalidad, en completo silencio mientras el traqueteo de la oxidada maquinaria invade el ambiente con sus chillidos, como suplicando por un descanso tras años sin apenas detenerse. Uno de los tres “gritones” hindúes , como llaman los niños a sus capataces, recorre las cadenas humanas que forman los críos en sus puestos, observando de lado a lado como realizan su trabajo pagado con 50 rupias (0.82$/0.6€) por cada día que sean capaces de trabajar.
El gritón se detiene detrás de Laksha y aunque vea las llagas que tiene en las manos le regala una reprimenda, porque la producción va algo lenta y considera “improductivas” las doloridas manos del chico. Acompaña los gritos con algunos golpes en la cabeza de su fina vara de madera, para que recuerde bien la lección si de verdad quiere continuar con el empleo.
-Tenemos a miles como tú esperando fuera por una silla en esta fábrica. ¡Agradece la oportunidad que se está dando y esfuérzate más!- sentencia mientras se aleja para continuar con su inspección.
La rabia de Laksha tras los golpes no puede dar más de si y el niño, hecho adultó desde que pudo andar, simplemente explota.
-¡No me golpearás más, perro cobarde!- escupe para sorpresa de todos sus infantes compañeros, mientras le lanza el mismo móvil en el que trabajaba.
El capataz, ahora hecho una mezcla entre atónito y asustado, se cubre como puede con los brazos. Resulta inútil porque cae al suelo atontado tras una serie continua de lanzamientos y recibir un buen castañazo en la cabeza.
-¡Ayudádme!- grita Laksha mirando a sus compañeros mientras deja de arrojar los iPhones norteamericanos que fabricaba, para abalanzarse sobre el “gritón” con saña hasta destrozar el móvil que empuña y el rostro que golpea.
Muchos de los niños trabajadores, dejando atrás la sorpresa ante su rebeldía, siguen el ejemplo de Laksha y apedrean a los tres gritones que quedan en la planta. Ninguno de ellos puede escapar y son lapidados bajo la lucrativa tecnología norteamericana que tanto deseaban fabricar.
Tras la rápida tempestad desatada por Laksha se hace la calma. Con las manos aún llenas de sangre y los rostros de sus compañeros enfocados en él, trepa por la maquinaría y le vienen a la mente las palabras de su tío fugado, el naxalita.
-Ya no hay marcha atrás, pero no temáis porque no nos queda nada que perder, ellos ya se encargaron de arrebatárnoslo todo antes incluso de que naciésemos. En cambio si que tenemos todo un mundo entero por ganar si peleamos juntos contra los que se benefician de que fabriquemos esto- sentencia levantando un iPhone 5 y arrojándolo después con desprecio contra el suelo. -Si podemos trabajar para ellos, podemos trabajar para nosotros. Seamos libres y liberemos a los que están como nosotros, vayamos a las demás fábricas y cojamos lo que es nuestro.- concluye ante una jauría de niños ya muy adultos que jalean repetidamente su nombre.
El caos se adueña de las calles tras la estampida de los niños rabiosos de Laksha, invadiendo como una marabunta el resto de fábricas con el fin de animar a los que deberían ser sus compañeros de escuela a que maten a sus tiranos, para continuar después todos juntos soñando con liberar toda la ciudad.
La policía acude alertada ante los incidentes y los adultos abandonan sus trabajos y casas para unirse a sus hijos. Son miles y están fusiosos, por lo que el miedo puede verse reflejado en los cascos blindados de los agentes que van cayendo a golpes y sobre todo en los que salen huyendo en desbandada.
En pocas horas las alarmas ante la revuelta llegan a la capital, Nueva Delhi, pues la zona industrial es vital para la economía de exportación del país y se le da tratamiento de asunto de estado. El Ministro de Interior reporta en persona al Presidente del país.
-La situación descrita por la policía es de incontrolable. Todo empezó hace seis horas con unos niños pero ya se les han unido un gran número de adultos de la zona, por lo que cuantos más agentes se envían más se arman los alborotadores porque no dudan en matarlos. Hemos declarado el estado de emergencia y estamos enviando al ejército a la zona, pero los naxalitas están aprovechando la ocasión para atacar la región cortando carreteras y otras infraestructuras, por lo que no contamos por el momento con efectivos en la región. La situación es crítica, señor, todo está fuera de control.
Compendido esto, el títere hindú de los tiranos de traje occidental sabe que su única opción pasa por liquidarlos a todos como ratas, pues podrían extender la infección libertaria al resto de la sociedad y eso sería intolerable. El problema principal es que no contaban con su número, pues en los suburbios industriales las ratas esclavas se habían reproducido descontroladamente y el orden no contaba con suficientes perros a sueldo para defenderse de este caos.
-La policía ha sido superada y enviar al ejército no es posible por ahora. Entendido, no te preocupes y traeme el maletín, probemos el nuevo envío biológico de Tel Aviv. -¿Perdón? ¿cómo dice? -Ya lo sabes, no nos queda otra que pulsar el botón rojo y desinfectar para que el miedo prevalezca. Ya inventaremos algo en los medios para taparlo. Traémelo, rápido, y dile a mi secretaria que cite para hoy al embajador norteamericano. -A sus órdenes, lo que sea por nuestra paz.
A los pocos minutos, un gran destello y una nube verde se extiende por cierta zona de Tamil-Nadu. Ese verdor se convierte en el último recuerdo de Laksha y sus niños, que se atrevieron a coger de la mano a los adultos hacia el único camino posible para la liberación. El último recuerdo de otro grito desorganizado de desesperación en este mundo sin sentido, donde el mal parece que tiende siempre a prevalecer.
Los tiranos consiguen frenar el caos con más caos y su orden prevalece por el momento, pero saben que las ratas se mutiplican sin fin y que siempre terminarán mordiendo cuando se les queme demasiado. Así será hasta que no tengan suficientes perros, balas y destellos para frenarlas a todas; pero eso nada importa porque por ahora pueden continuar disfrutando de su paz.
Miguel G. Macho
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